El 7 de junio de 1810, Mariano Moreno –uno de los ideólogos e impulsor clave de la Independencia argentina– fundó la Gazeta de Buenos Ayres, el primer periódico del nuevo país. El Día del Periodista se celebra en conmemoración de esa fecha a partir de 1938, cuando se la instituyó durante el Primer Congreso Nacional de Periodistas, celebrado en Córdoba.
A dos semanas de la fundación de la Gazeta, el 21 de junio, Moreno publicaba el artículo titulado “Sobre la libertad de escribir”. Allí decía: “Si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria”.
Vaya si son oportunas estas palabras, pronunciadas hace casi 215 años. Moreno entendía que había que hacer llegar a todo el país la idea de la independencia, y que eso no sucedería si seguía imperando la cultura del silencio, en especial en el interior del país.
Los tiempos cambiaron, aunque no los desafíos del periodismo: sigue siendo fundamental como reflejo de la salud del sistema democrático y de la libertad de expresión, pero enfrenta obstáculos que encienden la preocupación. En Argentina, en el continente americano, en todo el mundo.
En Argentina, la situación que impera en los últimos tiempos fue advertida por organizaciones como Adepa (Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas) y Fopea (Foro del Periodismo Argentino).
En su último informe semestral de Libertad de Prensa, Adepa advierte sobre “los desafíos crecientes que enfrenta el periodismo en un contexto global de polarización, desinformación y cambios tecnológicos que impactan en el ecosistema mediático”.
El informe señala hechos como el del fotógrafo Pablo Grillo, herido durante una marcha en el Congreso, que fue denunciado como una mala praxis de las fuerzas de seguridad.
También menciona “intentos de limitación o de implementación de medidas –o ausencia de prácticas– que pueden condicionar o restringir el trabajo periodístico, como los cambios introducidos en la ubicación de los periodistas en el Congreso” o “el anuncio de la puesta en marcha de un mecanismo para silenciar micrófonos que registran las preguntas o comentarios de los periodistas acreditados en la Casa de Gobierno. O las modificaciones introducidas por decreto a la Ley de Acceso a la Información Pública, en septiembre de 2024”, que implican más restricciones a la prensa.
Al mismo tiempo, describe como “lo más preocupante en lo que va de la actual gestión gubernamental” “la pulsión del Presidente al agravio a periodistas y a voces críticas en general”, así como “la violencia verbal de las milicias digitales contra periodistas”.
Adepa se manifestó en particular sobre “la campaña de hostigamiento y los intentos de ciberacoso sufridos por el periodista Hugo Alconada Mon a raíz de la publicación de una nota de su autoría sobre un programa de inteligencia nacional”.
En relación con la publicidad oficial, la entidad que agrupa a la mayoría de los medios del país manifestó su preocupación “ante la marginación sufrida por Editorial Perfil y otros medios nacionales y regionales en la contratación de publicidad de empresas con participación estatal mayoritaria, como YPF, Aerolíneas Argentinas y Banco Nación”, lo que podría significar “una sanción editorial o bien un trato desigual por parte del Estado”.
Ataques y violencia
Fopea también advirtió a lo largo de este año por todo lo mencionado anteriormente.
El informe 2024 del Monitoreo de Libertad de Expresión que realiza esta entidad marca un claro asedio a la prensa: crecieron 53% los ataques al periodismo en relación con 2023.
El poder político argentino fue el principal responsable de las agresiones, con 52,5% de los 179 ataques detectados en todo el país. Del análisis, se desprende que el presidente Javier Milei protagonizó 56 de los episodios denunciados, mayoritariamente a través de un discurso estigmatizante, de agravios o de insultos.
La violencia institucional se acentúa al sumar los ataques perpetrados por fuerzas de seguridad y por miembros de poderes judiciales (14,5% del total).
Campaña de Adepa
Con motivo del Día del Periodista, Adepa desarrolla una nueva campaña de comunicación, en conjunto con ATA (Asociación de Telerradiodifusoras Argentinas) y Arpa (Asociación de Radiodifusoras Privadas Argentinas), que gira en torno a un concepto esencial: “Hacer periodismo tiene consecuencias, pero no hacerlo tiene muchas más”.
A través de esta idea, busca generar conciencia sobre el impacto esencial del periodismo en la vida democrática, en la transparencia pública y en la defensa de los derechos ciudadanos.
Porque cuando el periodismo no está, lo que se pierde es mucho más que información.
¿Democracia sin debate de ideas?
Por Carlos Jornet
Director periodístico de La Voz vicepresidente 2° de la SIP
El periodismo en las Américas sobrevivió a períodos muy oscuros en el siglo 20. En especial durante las dictaduras de las décadas de 1960, de 1970 y parte de los años 1980. Sin embargo, quizá la época actual sea la más compleja, aunque buena parte de la región viva, al menos formalmente, en democracias.
Son varios los factores que llevan a esta contradicción. Pero uno es determinante: gobernantes consagrados por el voto ciudadano descreen del valor del debate de ideas y buscan imponer su relato. En casos extremos, con censura y persecución en otros, mediante hostigamiento en redes sociales y presiones legales o administrativas.
Algunos compran o expropian medios tradicionales otros desarrollan un batallón militante para denostar a disidentes. Y no hay diferencias ideológicas: desde la izquierda, lo hacen el nicaragüense Daniel Ortega, el cubano Miguel Díaz-Canel y el venezolano Nicolás Maduro (y años atrás, Hugo Chávez, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa) desde la derecha, también lo hace el salvadoreño Nayib Bukele, como antes Jair Bolsonaro, en Brasil. Y en Costa Rica, hasta hace poco ejemplo de institucionalidad, recorre ese camino el presidente Rodrigo Cháves, exfuncionario del Banco Mundial, como pudo comprobarlo una misión de la Sociedad Interamericana de Prensa que realizamos en enero a ese país.
El epítome de esta estrategia es Donald Trump, quien en su retorno a la Casa Blanca embiste con más saña que nunca contra quienes lo critican. De hecho, él popularizó la frase “You don´t hate the media enough” (No odias lo suficiente a los medios), que Javier Milei no sólo emula, sino que la personalizó con su latiguillo “No odiamos lo suficiente a los periodistas”, en un giro que puede alentar violencia contra quienes ejercen la actividad.
¿Será que esto es consecuencia de un retroceso democrático que se observa también en Europa y en otras regiones?
De hecho, el fenómeno comenzó en Italia, con el Movimiento 5 Estrellas, fundado en 2009 por el comediante Beppe Grillo y por el estratega web Gianroberto Casaleggio.
La dinámica parece ser la inversa: si se debilita el periodismo, retrocede la democracia. Los ataques a la prensa, acusaciones generalizadas como “enemigos del pueblo” o “ensobrados”, demuestran que se reconoce el valor del periodismo, pero se busca minar su credibilidad para instalar un contradiscurso, que no necesariamente se basa en hechos, sino que apela a la fe ciega de los seguidores. O al silencio de quienes ya no se atreven a discrepar por temor a represalias de las hordas militantes.
“Me tiene sin cuidado que me llamen dictador. Prefiero que me llamen dictador a ver cómo matan a los salvadoreños en las calles”, dijo Bukele hace días. En esa concepción, sólo importa el logro de resultados –reales o ficticios–, aunque para conseguirlos se dañe la institucionalidad, se debilite la democracia. Democracia no es confrontar con agravios: es debatir ideas. Por ello molesta el periodismo que investiga, que cuestiona, que pregunta.
Cada día más difícil, cada vez más necesario
Por Paula Moreno Román
Presidenta de Fopea
Ser periodista en Argentina hoy es ejercer un oficio tensionado por múltiples fuerzas: la transformación acelerada del ecosistema mediático, la creciente hostilidad hacia el trabajo de informar, y la erosión y precarización de las condiciones laborales.
En ese escenario, el periodismo debe mantener su tarea esencial: verificar, contextualizar, jerarquizar. Por eso, la calidad no es un lujo editorial: es una condición para la supervivencia del oficio.
Asociados a ello, los ataques a la libertad de prensa no son episodios aislados. El trabajo constante del Monitoreo de Fopea demuestra que se han vuelto una práctica sistemática desde los más altos niveles del poder.
La estigmatización al periodismo marcada especialmente desde la primera línea del Gobierno y apoyada en el silencio cómplice de otros actores clave en la fijación de agenda y en la institucionalidad no sólo busca desacreditar a quienes informan, sino instalar la desconfianza, como forma de control discursivo.
Tampoco se puede obviar que la sostenibilidad económica de los medios está en crisis: el modelo tradicional se resquebraja y los ingresos publicitarios derivan cada vez menos hacia los proyectos comprometidos con la producción de contenido original.
En ese marco, la precarización aparece en todas las conversaciones: no sólo por su impacto directo en el bolsillo, sino por la afectación concreta en los tiempos, recursos y condiciones para producir información de calidad.
Muchos periodistas sostienen su trabajo con múltiples empleos y escasos márgenes para la planificación o la reflexión.
Sin embargo, aun en ese contexto, debemos destacar que ha sido el periodismo el que, una y otra vez, reveló y revela con investigaciones serias e independientes lo que el poder –de distintos signos– pretende mantener oculto.
Esa capacidad de incomodar, de contribuir al debate público con información chequeada, está viva en muchas redacciones y en proyectos del país.
Pero no puede sostenerse únicamente con esfuerzo individual: se necesita inversión en periodismo. Porque sin recursos no hay investigación, y sin investigación no hay periodismo que pueda ejercer su función crítica con libertad.
En un sistema así, la tentación por resolver con fórmulas fáciles –copiar y pegar, alimentar algoritmos, tercerizar criterio en la inteligencia artificial– es cada vez mayor.
También lo es la necesidad de un periodismo que ejerza su función crítica frente al poder y a la marea de datos sin filtro ni control.
Quizá el camino nos convierta en curadores de información, y para eso también debemos estar preparados. El olfato profesional para detectar buenas historias, la capacidad de distinguir lo relevante de lo accesorio y sobre todo el concepto de servicio vuelven a ser centrales.
Definitivamente, en tiempos en los que la libertad de prensa se tensiona, el oficio exige redoblar esfuerzos y ser creativos. Porque cada vez es más difícil ser periodista, sí. Pero también –y sobre todo– cada vez es más necesario.
Periodismo por la democracia
Por María Teresa Ronderos
Directora de Clip (Centro Iberoamericano de Investigación Periodística)
“Periodistas son quienes hacen de su oficio un compromiso cotidiano para una sociedad más justa, más democrática e igualitaria”, decía un cartel en una escuela mendocina, para enseñar a los niños que el 7 de junio es el Día del Periodista.
Me hubiera encantado abrazar a los maestros que todavía creen en este oficio. Yo, como ellos, pienso que es una herramienta poderosa contra el abuso de poder, para levantar la voz cuando se violen los derechos, para contar cada día qué pasa de veras y por qué.
Muchos auguran a este oficio su pronto final, pues ya millones informan por las redes lo que sucede y el ChatGPT nos responde todas las dudas.
Creo que es al revés: ante el barullo informativo, cargado de falsedades intencionales y de mentiras alegres, los ciudadanos necesitan más del buen periodismo.
Un periodista hoy puede contrastar abiertamente múltiples fuentes, procesar miles de datos, colaborar con colegas de cualquier lugar gratuitamente, leer a velocidad de la luz millones de páginas.
Tiene más y mejores herramientas para escuchar, preguntar, estudiar y aprender de la ciudadanía y trabajar con ella para informar juntos.
Con todo ese acervo, puede poner la mira en lo que anda mal e informar mejor que nadie.
Si dejamos a los ciudadanos sin el periodismo, irán derecho al cadalso, adonde los llevan los prestidigitadores de esta época, magos del artificio, que manipulan miedos y posan de salvadores.
Ellos saben que el periodismo puede ser muy potente. Como reza un dicho africano, somos como mosquitos, pero quien crea que no hacen daño, intente dormir en una habitación llena de mosquitos una sola noche.
Por eso buscan silenciarnos. Desprestigian, encarcelan, demandan, hacen leyes adversas, fuerzan al exilio o quitan la nacionalidad.
No sólo los gobiernos atacan. A mis colegas colombianos Jaime Vásquez, Mardonio Mejía y Jorge Méndez los mataron el año pasado posiblemente grupos criminales.
Su coraje nos llena de ánimo para comprometernos con un periodismo que, como decía el cartel escolar, sirva a la democracia, a la igualdad y a la justicia.
Fuente La voz del interior, en la que coincidimos totalmente.